Aprender a aprender a cambiar
El gran cambio al que debemos adaptarnos en estos tiempos es al de la capacidad de cambiar, y su concepto hermano que en educación implica aprender a aprender. Es decir, aceptar que no hay conocimientos finitos e inamovibles aceptando un modo de vida en el que el cambio es una constante. Eso demanda dotar al cerebro del software emocional e intelectual que permita lidiar continuamente con el cambio. (Alison Gopnik, The Gardener and the Carpenter”, Pags. 54-55)
La evolución de la humanidad demandó múltiples capacidades de adaptación. Primero cambió el clima que se volvió impredecible de año en año, de generación en generación al igual que el paso de la vida tribal a la de nómades cazadores, confrontando constantemente nuevos retos y ambientes. También hubo necesidad de adaptación a cambios sociales. La invención de la agricultura cambió la estructura social. La gente empezó a establecerse en un lugar y acumular recursos, en vez de migrar y vivir de la recolección del día. Luego pasar de vivir en grupos relativamente pequeños a vivir en grandes ciudades con jerarquías estrictas y distribución inequitativa del poder. Más adelante la industrialización volvió a transformar la forma de vida.
¿Cómo lidiar con esa variabilidad?
Variando con la variabilidad. Variando los conceptos sobre los niños, como piensan, se desarrollan, aprenden de otros, para estar en mejores condiciones para sobrevivir. Sumado a eso, la diversidad de modelos adultos y circunstancias que interactúan con los niños, su variabilidad de temperamentos, habilidades y cursos de desarrollo agregan otro nivel de complejidad e incertidumbre. Cada generación crea un mundo ligeramente diferente al que lo antecede. Es un lío bueno, porque permite a los seres humanos prosperar en una asombrosa variedad de entornos en constante cambio.
Desde el punto de vista de la evolución, tratar conscientemente de modelar en qué se convertirán sus hijos es tanto fútil como contra-productivo. Modelarlos a nuestra imagen o la de nuestros ideales actuales más bien podría estar impidiéndoles adaptarse a los cambios futuros.
Nuestra habilidad para aprender a ser flexibles, ajustarnos a nuevas circunstancias, alterar imaginativamente las estructuras sociales y la capacidad de adaptación son hoy más cruciales que nunca. La educación infantil y juvenil debe tener eso en la cabeza de su agenda.
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